Hambre real vs. hambre emocional: ¿cómo distinguirlos?

¿Sentís que canalizás tus sentimientos en la comida con frecuencia? Te contamos cuáles son los indicios a los que debés prestar atención para detectar esta conducta y qué herramientas podés emplear para mejorarla.

Desde muy pequeños, vamos relacionando lo que comemos con lo que sentimos: durante la lactancia, construimos nuestro primer lazo afectivo y percibimos seguridad y, en la niñez, nos nutrimos con los platos de las abuelas, que de grandes asociaremos a lindos momentos. 
 
Las emociones, cada una con su grado de intensidad, nos permiten adaptarnos a las distintas situaciones que nos toca vivir. Cuando las estrategias para manejarlas no son las más saludables, condicionan nuestra conducta y pueden afectar, entre otras cosas, nuestros hábitos alimentarios.
 

El hambre emocional: qué es y cómo identificarlo

 
El hambre real o fisiológico surge como una respuesta de nuestro cuerpo ante la demanda de energía y la sensación que nos produce es la de un vacío en el estómago. Para calmarlo, no necesitamos un alimento específico, de modo que cualquier comida en la proporción adecuada nos brindará una sensación de bienestar.

Por el contrario, el hambre emocional aparece como forma de afrontar situaciones de manera inadecuada. El “deseo” de comer aparece como respuesta repentina a la presencia de emociones intensas que necesitamos acallar, y que luego genera una sensación de culpa y frustración.
 
 
 

¿Cuáles son las estrategias que podemos adoptar para trabajar esta problemática?

 
La verdadera inteligencia emocional requiere entender y reconocer nuestros estados de ánimo: si estamos enojados, nerviosos o tristes, y actuar sobre las causas, no solo sobre los síntomas.
 
 
Existen diferentes técnicas para regular lo que sentimos y que pueden ser eficaces para detener o frenar esa reacción en cadena: 
 
 

1. Practicar mindfulness
 

El mindfulness implica conectar con el momento presente, intencionalmente y sin juzgar. Significa ser más conscientes de nuestro cuerpo, hábitos y tendencias; cultivar una relación más cercana a nuestra mente; familiarizarnos con lo que nos sucede, lo que pensamos y sentimos; y ser menos impulsivos frente a emociones, pensamientos y disparadores. 
 
 

2. Prestar atención a la sensación de hambre, saciedad y gusto
 

Esto nos permite bajar el ritmo: hacer pausas entre bocados, masticar más despacio, respirar y sentir que estamos satisfechos. Para lograrlo, es clave evitar la presencia de distractores como los dispositivos electrónicos.

La propuesta es aprender a ser conscientes para decidir cuándo empezar o terminar de comer, así como también para poder seleccionar los alimentos según su valor nutricional, además del placer que provocan.
 
 
 

3. Realizar actividades que ayuden a disminuir el estrés

 
  • Meditar.
  • Practicar yoga.
  • Conectar con nuestra parte artística: escribir, dibujar, pintar, bailar o escuchar música.
  • Hablar con alguien de lo que nos está sucediendo: amigos, familiares o terapeuta.


4. Hacer ejercicio

 
Varios estudios han demostrado que la práctica regular de ejercicio físico disminuye los niveles de alimentación emocional. Entre sus beneficios, encontramos que: 
 
  • Ayuda a controlar el peso y, por lo tanto, reduce el riesgo de obesidad. 
  • Disminuye los síntomas de la depresión.
  • Favorece la elección de alimentos saludables, incluso en presencia de sentimientos negativos.
  • Contribuye a una adecuada regulación del apetito, el hambre y la saciedad. 
 
 
Si no hacés ningún tipo de actividad, podés comenzar con una caminata diaria de, al menos, 30 minutos, y sumarte de a poco a  nuestras clases en YouTube junto a SportClub.
 
 

5. Establecer una rutina de sueño


Las personas que presentan esta problemática pueden tener un horario irregular de comidas, ya que los desencadenantes de la ingesta no se presentan de forma invariable. Por ese motivo, respetar el ritmo circadiano con relación al sueño e incorporar hábitos para descansar y dormir mejor puede resultar de gran ayuda.
 
 
 
Comer para silenciar una emoción solo soluciona el problema en forma temporal, mientras que aprender a ser conscientes de nuestras emociones nos permite tomar mejores decisiones en cuanto a nuestra alimentación y a nuestra vida.
 
 
 
Fuentes:
- Macropsicología Salud Mental.
- Universidad Autónoma de Madrid.